Martin Lutero Habla a esta Generacion.
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Por esto considero muy apropiada la práctica de imprimir en el espíritu de los moribundos nada más
que al Cristo crucificado, y de exhortarlos a la fe y a la esperanza. En estos momentos al menos -por más
que los engañadores de almas nos hayan burlado durante nuestra vida entera-, en estos momentos al medios se viene abajo el libre albedrío, se vienen abajo las buenas obras, se viene abajo la justicia basada en el cumplimiento de la ley. Lo único que queda es la fe y la invocación de la purísima misericordia de Dios.
Esto me hizo pensar ya más de una vez que en el instante de la muerte hay mas cristianos, o por lo menos
mejores cristianos, que en la vida. Pues cuanto más libre de obras propias sea la confianza, y cuanto más
exclusivamente se aferre a Cristo solo, tanto mejor lo hace al cristiano; y es con miras a esta fe que se deben practicar las buenas obras de toda nuestra vida. Pero actualmente, las neblinas, las nubes y los torbellinos de tradiciones y leyes humanas y también de ignorantes intérpretes de la Escritura y predicadores ineptos, nos empujan hacía nuestros propios méritos. Queremos hacer satisfacción por nuestros pecados con nuestras propias fuerzas, y con las obras que hacemos no tenemos en vista el limpiarnos de los vicios de la carne y el «destruir el cuerpo del pecado» (Ro. 6:6); al contrario: como si ya fuésemos limpios y santos, sólo tratamos de acumular estas obras como granos en un depósito, con la intención de convertir con ellas a Dios en deudor nuestro, y de obtener quién sabe qué lugar de privilegio en el cielo. ¡Hombres ciegos, ciegos y otra vez ciegos! A todos ellos Cristo no les aprovecha de nada; ellos conocen otro medio, y se justifican a sí mismos.
De esto empero se desprende que las palabras «si os circuncidáis» hacen referencia no tanto a la obra
exterior sino más bien al deseo interior que constituye el motivo para la obra. Pues el apóstol habla aquí de
algo espiritual, de algo que ocurre en lo intimo de la conciencia. La obra exterior en sí no puede ser
diferenciada Como perteneciente a tal o cual categoría, sino que la diferencia radica por entero en la opinión, en la intención, en la conciencia, en el propósito, en el criterio, etc. (que dio origen a la obra). Por lo tanto, si una persona hace obras de la ley porque su conciencia le dice que son necesarias, y porque confía en alcanzar la justicia por medio de ellas, esta persona «anda en consejo de malos y está en camino de pecadores»; y el que enseña tal cosa, «está sentado en silla de pestilencia» (Sal. 1:1)8 En cambio, si son hechas con un piadoso espíritu de amor, en confianza y por libre voluntad, entonces estas obras son méritos de una justicia adquirida ya previamente por medio de la fe. Son hechas empero en un piadoso espíritu de amor si se las hace para socorrer a alguna necesidad o para cumplir algún deseo de otra persona. Pues en este caso no son obras de la ley, sino obras del amor, obras hechas no a causa de la ley que las exige, sino a causa del hermano que las desea o las necesita. Así fue como también las hizo el apóstol mismo.
Ésta debe ser para ti la norma invariable que debes aplicar en todas las obras y a cualquier tipo de ley.
Así, pues, si un sacerdote o un monje hace las obras que le impone su ceremonial, incluso las obras de la
castidad y pobreza, con la intención de convertirse por medio de ellas en justo y bueno, el tal es un impío y
niega a Cristo; porque el caso es que estas obras las debe usar el que ya ha sido justificado por medio de la fe, para purgar su carne y su «viejo hombre», a fin de que su fe en Cristo crezca y llegue a ser en él la única fuerza dominante, y se concrete así el reino de Dios. Por esta razón, el justificado por la fe hará tales obras con ánimo alegre, no para acumular muchos méritos, sino para ser purificado. Mas ¡ay, qué enfermedad más grave reina hoy día en aquellas multitudes de monjes y sacerdotes que lo son con el mayor desgano y solamente con miras a la vida presente, y que no tienen la menor Idea de lo que debieran ser, ni de lo que debieran hacer, ni de lo que debieran buscar!
Perdóname, lector, por haber gastado tantísimas palabras en este asunto. Es que esos madianitas
cayeron sobre la iglesia en tal cantidad que se necesitan seiscientos Gedeones, de las trescientas trompetas, y de los cántaros ni hablemos, para echarlos fuera (Jue. 7:16 y sigtes.). Las aguas impetuosas de los asirios llegaron hasta la garganta de Judá, la extensión de sus alas ha llenado la anchura de tu tierra, oh Emanuel, por cuanto hemos desechado las aguas de Siloé, que corren mansamente (Is. 8:6 y sigtes.). Por ello, con nuestras llaves que atan (Mt. 16: 19) no hemos merecido otra cosa que un sinnúmero de lazos para las almas.
tomado del comentario a los Galatas de Martin Lutero pagina227 .
para comentarios este es nuestro email: farel56@hotmail.com
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Por esto considero muy apropiada la práctica de imprimir en el espíritu de los moribundos nada más
que al Cristo crucificado, y de exhortarlos a la fe y a la esperanza. En estos momentos al menos -por más
que los engañadores de almas nos hayan burlado durante nuestra vida entera-, en estos momentos al medios se viene abajo el libre albedrío, se vienen abajo las buenas obras, se viene abajo la justicia basada en el cumplimiento de la ley. Lo único que queda es la fe y la invocación de la purísima misericordia de Dios.
Esto me hizo pensar ya más de una vez que en el instante de la muerte hay mas cristianos, o por lo menos
mejores cristianos, que en la vida. Pues cuanto más libre de obras propias sea la confianza, y cuanto más
exclusivamente se aferre a Cristo solo, tanto mejor lo hace al cristiano; y es con miras a esta fe que se deben practicar las buenas obras de toda nuestra vida. Pero actualmente, las neblinas, las nubes y los torbellinos de tradiciones y leyes humanas y también de ignorantes intérpretes de la Escritura y predicadores ineptos, nos empujan hacía nuestros propios méritos. Queremos hacer satisfacción por nuestros pecados con nuestras propias fuerzas, y con las obras que hacemos no tenemos en vista el limpiarnos de los vicios de la carne y el «destruir el cuerpo del pecado» (Ro. 6:6); al contrario: como si ya fuésemos limpios y santos, sólo tratamos de acumular estas obras como granos en un depósito, con la intención de convertir con ellas a Dios en deudor nuestro, y de obtener quién sabe qué lugar de privilegio en el cielo. ¡Hombres ciegos, ciegos y otra vez ciegos! A todos ellos Cristo no les aprovecha de nada; ellos conocen otro medio, y se justifican a sí mismos.
De esto empero se desprende que las palabras «si os circuncidáis» hacen referencia no tanto a la obra
exterior sino más bien al deseo interior que constituye el motivo para la obra. Pues el apóstol habla aquí de
algo espiritual, de algo que ocurre en lo intimo de la conciencia. La obra exterior en sí no puede ser
diferenciada Como perteneciente a tal o cual categoría, sino que la diferencia radica por entero en la opinión, en la intención, en la conciencia, en el propósito, en el criterio, etc. (que dio origen a la obra). Por lo tanto, si una persona hace obras de la ley porque su conciencia le dice que son necesarias, y porque confía en alcanzar la justicia por medio de ellas, esta persona «anda en consejo de malos y está en camino de pecadores»; y el que enseña tal cosa, «está sentado en silla de pestilencia» (Sal. 1:1)8 En cambio, si son hechas con un piadoso espíritu de amor, en confianza y por libre voluntad, entonces estas obras son méritos de una justicia adquirida ya previamente por medio de la fe. Son hechas empero en un piadoso espíritu de amor si se las hace para socorrer a alguna necesidad o para cumplir algún deseo de otra persona. Pues en este caso no son obras de la ley, sino obras del amor, obras hechas no a causa de la ley que las exige, sino a causa del hermano que las desea o las necesita. Así fue como también las hizo el apóstol mismo.
Ésta debe ser para ti la norma invariable que debes aplicar en todas las obras y a cualquier tipo de ley.
Así, pues, si un sacerdote o un monje hace las obras que le impone su ceremonial, incluso las obras de la
castidad y pobreza, con la intención de convertirse por medio de ellas en justo y bueno, el tal es un impío y
niega a Cristo; porque el caso es que estas obras las debe usar el que ya ha sido justificado por medio de la fe, para purgar su carne y su «viejo hombre», a fin de que su fe en Cristo crezca y llegue a ser en él la única fuerza dominante, y se concrete así el reino de Dios. Por esta razón, el justificado por la fe hará tales obras con ánimo alegre, no para acumular muchos méritos, sino para ser purificado. Mas ¡ay, qué enfermedad más grave reina hoy día en aquellas multitudes de monjes y sacerdotes que lo son con el mayor desgano y solamente con miras a la vida presente, y que no tienen la menor Idea de lo que debieran ser, ni de lo que debieran hacer, ni de lo que debieran buscar!
Perdóname, lector, por haber gastado tantísimas palabras en este asunto. Es que esos madianitas
cayeron sobre la iglesia en tal cantidad que se necesitan seiscientos Gedeones, de las trescientas trompetas, y de los cántaros ni hablemos, para echarlos fuera (Jue. 7:16 y sigtes.). Las aguas impetuosas de los asirios llegaron hasta la garganta de Judá, la extensión de sus alas ha llenado la anchura de tu tierra, oh Emanuel, por cuanto hemos desechado las aguas de Siloé, que corren mansamente (Is. 8:6 y sigtes.). Por ello, con nuestras llaves que atan (Mt. 16: 19) no hemos merecido otra cosa que un sinnúmero de lazos para las almas.
tomado del comentario a los Galatas de Martin Lutero pagina227 .
para comentarios este es nuestro email: farel56@hotmail.com
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